Nuestro cuerpo es una máquina compleja resultado de millones de años de evolución, prueba y error.

A lo largo de esta evolución, desde que no éramos más que seres unicelulares separados del medio externo por una simple bicapa lipídica, hemos desarrollado unos sistemas muy sofisticados para el control de nuestros procesos fisiológicos. Uno de estos procesos (y no poco importante) es el control de la energía que necesita nuestro organismo para realizar el resto de sus funciones.

El organismo distingue dos situaciones en lo que a energía respecta:

  • Fase postprandial (del latín pos-prandium, tras el almuerzo): periodo de tiempo que transcurre después de la ingesta de alimentos. Este es un estado de plenitud energética. Nuestro cuerpo trabajará por procesar los alimentos y extraer de ellos toda la energía posible para utilizarla y almacenarla.
  • Fase de ayuno (del latín ieiunium, abstención de alimentos): sucede cuando han transcurrido horas desde la última ingesta de comida. En esta situación, los niveles de energía del organismo disminuyen, y es necesario movilizar las reservas de energía que se generaron en la etapa postprandial.

Del equilibrio entre ambas fases depende nuestra supervivencia, por lo que es normal que el organismo haya generado mecanismos para llevar un control fino entre ellas.

Entendamos brevemente cómo funciona este proceso antes de profundizar en las enfermedades que ocurren cuando se descontrola.


Fase postprandial

Nuestro cuerpo puede obtener energía de distintas fuentes, pero son los glúcidos o azúcares (también llamados erróneamente hidratos de carbono) los que juegan un papel central en el aporte de energía al organismo.

La mayoría de los glúcidos que utilizamos provienen de los alimentos que ingerimos, pero estos recorren un gran camino desde que pasan por nuestra boca hasta su destino final, que puede ser su uso inmediato para obtener energía o su almacenamiento a medio y largo plazo.

Por simplicidad, cuando hable de glúcidos me centraré específicamente en la glucosa, el principal glúcido empleado por nuestro organismo como fuente de energía. Además, veréis que a veces empleo los términos “glucosa” y “energía” de manera intercambiable. Mi objetivo no es ser académicamente preciso, sino hacer ver que las moléculas son compuestos que almacenan energía.

Todo comienza con la ingesta de alimentos.

Puede ser la tostada, la manzana, las patatas fritas o las fresas que comes, cualquier cosa que contenga glucosa.

Cuando ingerimos alimentos, estos deben ser procesados por el aparato digestivo. El fin de este proceso no es otro que el de conseguir obtener las moléculas más sencillas que constituyen los alimentos. Nuestro organismo no puede absorber los alimentos en su forma íntegra, por lo que nuestro aparato digestivo debe descomponerlos primero en unidades más sencillas de asimilar: glúcidos, aminoácidos, grasas, vitaminas y minerales.

Los alimentos ingeridos pasan por la boca, donde los dientes los trituran y se mezclan con saliva para formar el bolo alimenticio; llegan al estómago, donde su acidez contribuye a romper los enlaces que unen las moléculas; se mezclan con la bilis para facilitar la absorción de las grasas; y son terminados de romper por la acción de las enzimas pancreáticas y otras proteasas presentes en el intestino. Finalmente, es en el intestino donde se produce la principal fase de absorción de nutrientes.

Una vez los alimentos son absorbidos en nuestro intestino delgado, pasan al torrente sanguíneo y se distribuyen por el organismo.

Pero no pensemos que aquí termina el proceso de alimentación. Al contrario, la absorción de los nutrientes en el intestino es el punto de partida.

Comienza el complejo proceso de distribución de los nutrientes por el organismo.

¿Por qué algunas personas son intolerantes a la lactosa?

La lactosa es un disacárido (dos-azúcares), un glúcido complejo compuesto por una unidad de glucosa y otra de galactosa unidas entre sí por un enlace glucosídico. Los humanos no podemos absorber la lactosa como tal, porque nuestros enterocitos (las células del intestino que absorben los nutrientes) no tienen las herramientas para ello. No obstante, estos mismos enterocitos secretan al intestino la proteína lactasa, una enzima que rompe el enlace entre los dos glúcidos de la lactosa:

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Una vez roto el enlace y separadas las moléculas, el enterocito sí puede reconocer y absorber la glucosa y la galactosa.

El problema radica en que algunas personas, a partir de cierto momento de su vida, dejan de expresar lactasa. Sin lactasa, la lactosa no puede ser asimilada por los enterocitos, y esta sigue su camino hacia el intestino grueso, donde están presentes bacterias que captan esa lactosa y la fermentan. Como resultado del proceso de fermentación, las bacterias liberan gases que constituyen el principal síntoma de las personas intolerantes a la lactosa: flatulencia e hinchazón abdominal.

¿Cuál es la solución?

  • Consumir alimentos sin lactosa, como leche sin lactosa (que puede obtenerse añadiendo lactasa o eliminando la lactosa mediante filtración) o quesos curados, donde la acción de las bacterias habrá transformado casi toda la lactosa en ácido láctico.
  • Tomar pastillas que contienen lactasa tras la ingesta de alimentos con lactosa.

No confundir intolerancia con alergia. La intolerancia se produce por la falta de la enzima lactasa, mientras que las alergias, más peligrosas, suelen producirse por la reacción del sistema inmune a alguna proteína presente en la leche.

El cuerpo no desperdicia nada

Los nutrientes no pueden vagar libremente por el torrente sanguíneo. Deben ser capturados, procesados, almacenados o excretados. En este sentido, el organismo ejerce un estricto control de qué nutrientes van adónde para asegurar la homeostasis del organismo, y lo hace principalmente a través de señales hormonales.

Centrándonos en la glucosa, nuestro cuerpo debe mantener un nivel estricto de sus niveles en sangre.

¿Por qué es importante reducir los niveles de glucosa en sangre?

En este caso hablo de “reducir” porque partimos de una situación de ingesta de nutrientes donde hay un exceso de glucosa, pero en realidad lo importante es mantener unos niveles constantes de glucosa en sangre.

La glucosa es la principal fuente de energía para órganos que necesitan un aporte constante de energía como el cerebro o el músculo. Si sus niveles de desequilibran, suceden desajustes metabólicos que pueden dañar órganos como los riñones o vasos sanguíneos en caso de exceso, o provocar mareos y pérdida de consciencia en caso de déficit.

¿Cómo se reducen los niveles de glucosa en sangre?

La glucosa tiene dos caminos principales:

  • Puede ser captada y usada inmediatamente por las células que la necesiten para obtener energía y realizar sus funciones.
  • Puede ser almacenada para cuando sea necesaria.
  • Y si los mecanismos de almacenamiento fallan, también puede ser excretada en la orina (pero esto no ocurre en situaciones normales).
flowchart TD
A[Destinos de la glucosa en la sangre] --> B[Uso inmediato para obtención de energía]
A --> C[Almacenamiento]
A -..-> D[Excreción]
C --> E[Medio plazo: glucógeno]
C --> F[Largo plazo: grasas]

El primer destino posible de la glucosa es sencillo: las células que dependen de la glucosa expresan en su membrana transportadores de glucosa de la familia GLUT, como GLUT1 o GLUT3. Captan glucosa y la utilizan para obtener energía, reduciendo así su nivel en sangre.

No obstante, puede que no toda la energía se necesite en ese preciso instante, por lo que nuestro cuerpo buscará maneras de almacenarla. Es en este punto donde entran en acción hormonas como la insulina y el GLP-1, que se encargarán de indicar al organismo que hay nutrientes disponibles y deben ser almacenados.

Glucosuria: ¿Por qué orinamos glucosa?

Normalmente, los mecanismos del organismo permiten reducir los niveles de glucosa en sangre de manera efectiva. Así, cuando la sangre es filtrada por los riñones, la poca glucosa que haya en ella es recapturada y se devuelve al torrente sanguíneo. De toda la glucosa presente en la sangre, menos del 1% acaba finalmente en la orina.

Sin embargo, los riñones tienen una capacidad máxima de reabsorción de glucosa que puede verse sobrepasada en situaciones como la diabetes. En estos casos, los riñones no son capaces de reabsorber toda la glucosa y esta se excreta en la orina, lo que se denomina glucosuria y refleja una alteración patológica del control del azúcar en sangre. Aunque es verdad que algunas terapias contra la diabetes consisten en fomentar este fenómeno, no son las más efectivas.

Además, la presencia de glucosa en la orina altera el balance osmótico de la misma y atrae más agua a los riñones, lo que resulta en una mayor frecuencia de micción (e incluso deshidratación si no se descubre a tiempo).


Fase de ayuno

Vista la fase de absorción de nutrientes y almacenamiento de energía, la fase de ayuno o de “falta de nutrientes” es sencilla de entender porque se invierten los mecanismos vistos en el apartado anterior.

Tras varias horas desde la última ingesta de comida, los niveles de energía de nuestro organismo disminuirán. Y eso es un problema porque algunos órganos (como el cerebro) necesitan un aporte continuo de energía.

Ante esta situación, el cuerpo trabajará para movilizar las reservas de energía. A través de una serie de hormonas como |el glucagón, comenzará a producirse glucosa y movilizar otros nutrientes para sostener nuestras funciones vitales. Este proceso continuará hasta que llegue la siguiente fase de ingesta de alimentos.


Cuando el reloj suizo se desajusta

De manera normal, ambas fases actúan de forma excluyente y cíclica. Si ingerimos alimentos, no necesitamos movilizar reservas de energía, y viceversa.

Estos mecanismos, forjados y pulidos a lo largo de millones de años de evolución, aseguraban nuestra supervivencia. Tú sabes que, de manera más o menos exacta, desayunarás, comerás y cenarás a la misma hora todos los días.

Tus antepasados no.

Ellos no podían permitirse el lujo de saber cuándo iba a ser su próxima comida. Y cuando hablo de antepasados no hablo de tu familia. Me refiero a especies tan distintas a nosotros como los gusanos o las moscas. De hecho, se estima que las versiones primitivas de hormonas como la insulina y el glucagón surgieron hace 500 millones de años.

Imagina la cantidad de tiempo que ha tenido la selección natural para afinar estos procesos. Millones de años en los que un ser vivo tenía que maximizar la absorción de nutrientes porque no sabía cuándo sería su próxima comida. De manera lógica, la evolución promovió que sobrevivieran aquellos organismos que eran más hábiles almacenando energía.

Y en apenas un siglo, desde que comenzó la era de plenitud en la que vivimos, hemos cambiado el paradigma de nuestra alimentación. Disponemos de comida a placer, pero nuestro organismo no ha tenido tiempo de adaptarse.

Vivimos en una sociedad donde abunda tanto la comida que esta acaba en la basura, pero estamos encerrados en un cuerpo programado para salvarnos de la inanición.

Tus genes no saben que pueden comer a placer y siguen haciendo lo que les permitió sobrevivir durante tantos años: almacenar toda la energía posible.

El razonamiento es sencillo.

Tú ingieres alimentos y tu cuerpo los procesa como ha hecho siempre. Los degrada y almacena los nutrientes para cuando venga la escasez de energía. Así lleva haciéndolo millones de años y siempre le ha funcionado.

Pero en nuestro estilo de vida moderno, la fase de ayuno rara vez llega. Antes de que caigan los niveles de energía y sea necesario movilizar las reservas, el cuerpo vuelve a recibir alimentos. ¿Y qué va a hacer con ellos? Pues lo que ha hecho siempre: digerirlos y almacenar energía. Ahora las reservas de energía son mayores porque no se han gastado las primeras que se generaron. Tu cuerpo no sabe cuándo será la siguiente comida, así que, cada vez que recibe nutrientes, los almacena incansablemente esperando que llegue ese momento en el que sean necesarios.

Solo que ahora las reservas de energía nunca son necesarias.

Y esta desconexión entre nuestra biología ancestral y nuestro entorno moderno constituye la fórmula perfecta para el desarrollo de enfermedades como la obesidad y la diabetes.

La tormenta perfecta para que empresas como Novo Nordisk y Eli Lilly brillen.